La llama eterna
Por Sylvia Feketekuty
Hace treinta años, 9:22 del Dragón...
"¿Y bien? Interrumpiste un experimento por esto, Volkarin". La nigromante más baja atrapó a un monstruo siseando de hueso y cartílago seco en un destello de luz. Hizo un movimiento con la mano y lo hizo pedazos. "¿Qué quiere esa cosa miserable?".
Emmrich Volkarin ajustó el broche de su cuello. "Solo un momento, Johanna".
"Bien". Johanna Hezenkoss frunció el ceño al ver el cráneo que estaba en la mano de Emmrich. "Haré cualquier cosa para detener esos aullidos".
El cráneo había comenzado a gritar sin parar dentro de su nicho en el Osario de Cobalto de la Gran Necrópolis. Un asistente lo notó, informó a la Guardia de Luto, que envió a un par de nigromantes.
Llegaron a un cruce. Emmrich colocó el ruidoso cráneo en un pedestal. "¿Qué información sobre los muertos podría...?"
"Ya me hablaste de tu papel".
"¡Por favor!". Emmrich se dio la vuelta. "¿Qué clase de pasión conduce a un espíritu más allá del resto? ¿Qué maraña de pensamientos y corazón devolvió a esta alma?".
"Son tonterías sensibleras".
"¡Debes admitir que es una variación interesante de la posesión!"
Los chillidos del cráneo rebotaron por el corredor.
"Solo es un espíritu insignificante demasiado débil como para convertirse en un demonio". Johanna se agachó para pasar bajo un dintel derrumbado. Las estatuas de cadáveres revestían el pasaje. Hizo un movimiento con su mano y un rayo de luz verde se estrelló contra una figura desgarbada que acechaba al final. El demonio se retorció mientras el humo lo envolvía, cuando lo impactó otra descarga. Rechinó los dientes y colapsó sobre sí mismo.
"Listo. Debería ser seguro para que le susurres al cadáver".
Emmrich cerró los ojos. Comenzó a susurrar y, cuando lo hizo, el aire vibró. "Por el aliento y la sombra. Por la noche eterna. Dinos qué te atormenta".
Las cuencas del cráneo resplandecieron con una luz verde. "Divididas. Frías. ¡Dos tumbas donde debería haber una!".
"Son tonterías".
"¡Johanna!" Emmrich se aclaró la garganta y volvió a mirar al cráneo. "Dime, ¿qué te concederá el descanso?".
"Llévalo... a los muros oscuros profundos... por las llamas plateadas". El brillo del cráneo parpadeó y se disipó. Volvió a emitir los chillidos ensordecedores.
"Posees un gran talento, Volkarin". Johanna hizo la más pequeña inclinación con la cabeza. "Y perfeccionaste tu control sobre las manifestaciones subastrales".
Emmrich sonrió. "Vaya; pues gracias".
"Pero ¿qué busca esta molestia ruidosa en el Templo Creciente?".
***
Emmrich se inclinó sobre un féretro rodeado de cuencos con fuego plateado. Colocó el cráneo junto al cuerpo de una anciana que usaba un vestido humilde, pero estaba coronada con rosas blancas. Los gritos cesaron.
"Mathilde…".
"Tu esposa murió durante la medianoche pasada, mientras dormía apaciblemente". Emmrich sonrió. "Los registros confirman que también deseaba que los sepultaran juntos. No volverán a separarse".
Se oyó un suspiro. ¿Los labios de la anciana se habían movido o habían sido las llamas danzantes?
Johanna resopló. "Toda esa furia, terminando en otra tumba".
"Oh, no lo sé". Emmrich deslizó una mano por el mármol níveo del ataúd. "Preferiría poseer un cariño tan duradero. Además, ayudaste a hacer esto".
"Alguien debía asegurarse de que no te decapitaran mientras hablabas con los muertos".
"También agradezco las amistades duraderas".
"¡Bah!".
Volvieron a la Gran Necrópolis en un silencio amistoso.